El Ocaso de los Ídolos
Recién llegado a mi estudio en Leytonstone, mientras aún me intento habituar a esa nube de olores a rancio, sucio y sudoroso que inunda mi hogar, en lugar de simplemente abrir la ventana al mundo exterior; me dispongo a dar una humilde opinión sobre un tema de máxima actualidad.
El slogan del Trivial Pursuit dice: “¡Cuántos debates interesantes han surgido de cuestiones triviales!” y no deja de sorprenderme que últimamente los más insignificantes sucesos sirvan de trampolín para esta inquieta mente de la que hago gallarda exhibición.
Así, leyendo ese periódico que mi reptil camarada me recrimina que tanto nombre, me topé con declaraciones de Beyoncé, ese sex symbol de jugosos y turgentes senos que solía cantar en Destiny´s Child pero pensó un buen día que no tenía sentido seguir compartiendo un público y un beneficio que podría bien acaparar para ella sola. La chica en cuestión se vende como una chica de armas tomar, una indepent woman que conduce un coche comprado por ella misma y que se ha forjado con el sudor de sus muslos el éxito que ahora disfruta. Lo cierto es que tiene mérito pues el grupo infantil que su padre formó con ella y otras dos tan válidas o inútiles como su hija, consiguió tras una pequeña modificación, convertirse en un referente no ya a nivel Afro-americano, sino de la música comercial en general. No sorprendió no obstante, que una vez asegurada su carrera en solitario le diese la patada a su padre como Manager y se desvinculase, tras un corto período de letargo, de sus trabajos previos.
Sin embargo no fue el seguimiento de la carrera de esta jovencita estadounidense lo que llamó mi atención mientras sentado en un metro de perennes caras nuevas ojeaba el diario. Lo que me hizo pensar fue una de las frases que esta supuesta mujer del siglo XXI dijo en referencia a su vida profesional cuando le inquirieron acerca de un merecido descanso tras una ajetreada etapa laboral: “Yo prefiero comer antes que tomarme unas vacaciones. Una buena comida me satisface mucho más que, por ejemplo, tomar el sol en la playa”.
Será la blanca tripa que en estas tierras he obtenido o quizás la añoranza de esos cálidos días de no saber que hacer en un lugar en el que el mar silba a tu oído adormecedoras nanas; lo cierto es que por uno u otro motivo no pude evitar que la mandíbula inferior se desplomase como cae una gota de vino cuando no se sirve bien de la botella.
Luego, entre la indignación y la sorpresa, me topé con una fina disección acerca de cómo la muchacha del “Crazy in Love” está verdaderamente como una regadera; reconociendo haber seguido dietas tales como “la de la gelatina” consistente en subsistir de las reservas, ingiriendo solamente la temblequeante sustancia y el líquido elemento.
Plegué el aberrante objeto que sostenía entre mis manos, al que no quiero considerar prensa, y me detuve a pensar acerca de cómo es posible que se permita a alguien que probablemente sea un modelo para la juventud decir semejante sarta de sandeces y cómo, lo que es peor aún, se publican sus opiniones sin ningún pudor.
Luego, al pasar esa estación, fui un poco más allá y me dio por plantearme como la sociedad había llegado a un punto en el que idolatramos lo absurdo: el éxito. Viajé a mis clases de colegio y recordé mi indignación al oír a José Luís, mi profesor de Historia, decir categóricamente que tras la Revolución Francesa la sociedad no evolucionó tanto como se suele pensar, pues sólo cambió un poco los parámetros mutando de una estamental a una de clases, basada en el famoso: “tanto tienes tanto vales”. Por un instante reflejado en el cristal del raudo vagón en que yo viajaba me pareció ver su orgullosa mirada y una sonrisa que gritaba “ya te lo dije”.
Pero eso no es lo peor, es triste ver que una hueca muñeca de goma tenga el mundo a sus pies, pero es infinitamente más aterrador observar cómo el entramado de nuestro mundo lo posibilita y perpetúa llevando a individuos inteligentes a sentirse acomplejados ante esos maniquíes semi-racionales que nos indican como debemos ser.
No quiero centrarme sólo en la pobre Dreamgirl, pues no sería justo que un cuerpo como ese cargase con todas las culpas y no es mi causa tampoco ahora la reivindicación del jabugo contra el muslito de pollo. Lo que quiero decir es que duele a veces ver que los puestos más influyentes, las vidas más prestigiosas, los penes más largos y las brevas más apetitosas acaben siempre en las manos más torpes.
Una dieta de gelatina que le lleva a ella varias veces al borde del colapso, unas maratonianas jornadas de gimnasio con sus proteínas en cápsula que hacen que él se muestre como Narciso ahogándose en el lago de la mediocridad; unas compras que esa pareja no se puede permitir, sólo para poder decir que en Londres, París o Milán se lleva mucho este tipo de conjuntos; una biografía de un pornstar en una mesilla de noche para estudiar el ascenso de un ídolo eyaculador de rostros…
La miseria mental se apodera de nosotros de tal modo que creo que en un remake neo-realista de “la invasión de los ladrones de cuerpos” se descubriría la presencia de los alienígenas entre nosotros al notar que de repente tienen lugar conversaciones interesantes en las mesas de un McDonalds, el ciudadano medio muestra inquietudes y decae la audiencia de los canales televisivos.
Las victimas de esta guerra contra la inteligencia no se cuentan como bajas, sino que a veces por el contrario figuran en Guest Lists o directorios de Very Important People. Aunque también los hay menos afortunados, que sienten tales trastornos de autoestima que acaban teniendo vidas de zombie mientras nos quieren hacer creer que son felices.
Pero a todo esto, ¿quién soy yo para juzgarles? No tienen acaso pleno Derecho a malgastar sus vidas… entonces me viene esa frase de la moral anarquista, cuando desde el cadalso la revolucionaria a punto de morir grita que no importa que ella perezca pues al menos ha vivido, mientras que “vosotros vegetáis” y un minuto de su vida vale más que la entera existencia de los que contemplan su muerte.
Ha pasado más de media hora desde que comencé a escribir y me doy cuenta de una cosa, al igual que pasa con los ídolos, yo, tras un período de tiempo más o menos largo, ya no percibo el mal olor de mi habitación.
1 comentario:
Como tema adyacente se podría añadir un comentario a “Natural Born Killers” (Asesinos Natos – Oliver Stone, 1994) y su reflejo de la sociedad devoradora de ídolos en la que vivimos.
Publicar un comentario