Ricardo Henández Bravo, un poeta.
La poesía tiene mala prensa en nuestra sociedad, porque vivimos en un ritmo vertiginoso para ganar más dinero con el que comprar más objetos. Hay poco espacio para la lectura y el pensamiento. Dicen los norteamericanos que una actividad que no da un dólar es inútil. En esta civilización competitiva y que va a lo práctico la poesía no vale gran cosa y por tanto queda fuera de las pautas de la gente utilitaria y con prisa. Pero hay por ahí quienes meditan y escriben, precisamente poesía. Una forma de enfrentarse al mundo con filosofía particular. Ricardo Hernández Bravo (El Paso, 1966) es uno de ellos. Siempre ha habido poetas en Canarias, porque nuestro temperamento los cultiva. Profesor de instituto, también es narrador y ha sido definido como poeta de la luz y del dolor, de la mirada que trata de ver el mundo con ojos siempre nuevos, manteniendo la capacidad de asombro, renovando la inocencia, reinventando el orden de las cosas. Busca lo imposible, lo inexistente. He aquí el ojo, el mar, el tiempo, la queja frente a un mundo poco armonioso. Fogonazos, flashes, revelaciones. De frente el mar, inmóvil / como un inmenso / ojo absorto en la isla. / Lento / el parpadeo de las olas me acuna, / su silencio desborda el silencio / y en el sopor a mediodía / algo de mí se diluye…
Ganador de varios premios: Félix Francisco Casanova en poesía y cuento, Tomás de Iriarte, Julio Tovar. Colabora en revistas literarias y figura en antologías, entre ellas De Canarias a Marsella, edición bilingüe. El escritor es un rebelde, se siente incómodo. Tiene sed, siente el caudal de la sed incumplida, la perpetua provisión de la inocencia. A pesar de ser ultraperiférico su obra circula en los nuevos cauces del conocimiento, sus poemas son visibles por internet. Afronta el malestar de la soledad, el conflicto existencial. Alas de metal será su próxima entrega, en colaboración con una pintora. El poeta, como el pintor, se mueve entre los símbolos, las perspectivas. El hombre y la naturaleza, una constante en sus escritos. A la tardecita suelen sentarse los viejos / en la frescura de un grueso eucalipto / orilla del camino. / Cada uno en su piedra, en silencio, / como si todo se supiera / y al fin no hicieran falta las palabras. Lo importante es remirar, tener los ojos dispuestos. Paradojas y metáforas; el autor genera claroscuros. La condensación es máxima: En el erial / donde florecen cardos / el aire espera. El poeta recorre caminos y barrancos, busca en la naturaleza de su isla. Como dice Anelio Rodríguez Concepción, recorre “la frágil línea por donde el misterio se sustancia y se desentraña en la depuración de la palabra más sencilla, la más evocadora, la palabra tallada.”
Autor: Luis León Barreto
2 comentarios:
Precioso comentario donde los versos del poeta me sugieren aquellos tiempos de nuestros abuelos, aquel acontecer más lento, casi bucólico. Cuando la vida se paraba, cuando la veíamos pasar a través de una ventana.
Es una pena que la poesía, tal como dices, no esté precisamente de moda. Yo siempre he sentido una especial admiración por aquellos que saben vestir sus sentimientos de palabras hermosas e intento nutrirme de sus versos cada vez que tengo un momento de ocio.
Tu reseña sobre Ricardo Hernández Bravo me ha abierto el gusanillo por lo que intentaré encontrar alguna de sus obras y compartir su ánimo durante un tiempo. Gracias.
Un abrazo.
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