Carta Lírica a otra Mujer, Alfonsina Storni

Alfonsina Storni, 1892 – 1938 fue sin lugar a dudas una de las más influyentes personalidades de la poesía iberoamericana de comienzos del siglo XX. Suiza de nacimiento aunque nacionalizada argentina, fue una mujer hecha a base de los golpes de la vida, como se puede comprobar en su biografía, en la que no faltan movimientos migratorios, trabajos infantiles, maternidad en soltería ni cáncer prematuro; este alma sensible acabó con su vida a los cuarenta años de edad de un modo romántico, según la leyenda entrando al mar para que éste le arrebatase su existencia, aunque más probablemente se tratara de un suicidio al arrojarse desde un dique al océano.

De ese modo dejaba atrás un cáncer de mama en estado terminal y todo el sufrimiento de una vida de contrastes marcada por el amor a las letras y las penurias económicas.
A pesar de que también trabajó el teatro, en una obra que por desgracia no llegó nunca a ser publicada, la obra de Alfonsina Storni es eminentemente poética, y valga como ejemplo esta composición.

CARTA LÍRICA A OTRA MUJER

Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro
conozco yo, y os imagino blanca,
débil como los brotes iniciales,
pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina,
en vuestros ojos, placidez de lago
que se abandona al sol y dulcemente
le absorbe su oro mientras todo calla.

Y vuestras manos, finas, como aqueste
dolor, el mío, que se alarga, se alarga,
y luego se me muere y se concluye
así, como lo veis, en algún verso.

Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca
tenéis un rumoroso colmenero,
si las orejas vuestras son a modo
de pétalos de rosa ahuecados...

Decidme si lloráis, humildemente,
mirando las estrellas tan lejanas
y si en las manos tibias se os duermen
palomas blancas y canarios de oro.

Porque todo eso y más, vos sois, sin duda
vos, que tenéis el hombre que adoraba
entre las manos dulces, vos la bella
que habéis matado, sin saberlo acaso,
toda esperanza en mí... Vos, su criatura.

Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma
estáis gustando del amor secreto
que guardé silencioso... Dios lo sabe
por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.

Os lo confieso que una vez estuvo
tan cerca de mi brazo, que a extenderlo
acaso mía aquella dicha vuestra
me fuera ahora... Sí, acaso mía...

Mas ved, estaba el alma tan gastada
que el brazo mío no alcanzó a extenderse:
la sed divina, contenida entonces,
me pulió el alma....Y él ha sido vuestro!

¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos
él se estremece y le decís palabras
pequeñas y menudas que semejan
pétalos volanderos y muy blancos.

¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia!
Arrancaban tan firmes los cabellos
a grandes ondas, que a tenerla cerca,
no hiciera yo otra cosa que ceñirla!

Luego dejad que en vuestras manos vaguen
los labios suyos; él me dijo un día
que nada era tan dulce al alma suya
como besar las femeninas manos...

Y acaso, alguna vez, yo, la que anduve
vagando por afuera de la vida,
-como aquellos filósofos mendigos
que van a las ventanas señoriales
a mirar sin envidia toda fiesta-

me allegue alguna vez a vuestro lado
y con palabras quedas, susurrantes,
os pida vuestras manos un momento,
para besarlas, yo, cómo él las besa...

Y al recubrirlas, lenta, lentamente,
vaya pensando: aquí se aposentaron
¿cuánto tiempo, sus labios, cuánto tiempo
en las divinas manos que son suyas?

Oh, qué amargo deleite, este deleite
de buscar huellas suyas y seguirlas
sobre las manos vuestras tan sedosas,
tan finas, con las venas tan azules!

Oh, que nada podría, ni ser suya,
ni dominarle el alma, ni tenerlo
rendido aquí a mis pies, recompensarme
este horrible deleite de ser mío
un inefable, apasionado rastro...

Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera,
barrera ardiente, viva, que al tocarla
ya me remueve este cansancio amargo,
este silencio de alma en que me escudo,

este dolor mortal en que me abismo
esta inmovilidad del sentimiento,
que sólo salta bruscamente cuando
nada es posible!
Alfonsina Storni (1892 – 1938)

No he podido evitar recordar al leer este poema de amores que se dejaron escapar, esa escena de Ciudadano Kane en la que un anciano Bernstein (encarnado por Everett Sloane) le confiesa a su entrevistador que una vez vio a una joven toda vestida de blanco con un quitasol también blanco en una estación de tren y que más de cincuenta años después no había pasado ni un solo mes en que no hubiese pensado en ella. Y es que a veces, como a Storni o a Orson Welles en su magistral guión, pueden marcar tanto las actuaciones de nuestras vidas, como la ausencia de ellas en los momentos más inoportunos.

Autor del post: Roberto Samper

No hay comentarios: