Los Pensamientos

Hay días que quiero huir de mis pensamientos, alejarlos.
Porque los pensamientos se me amontonan a pesar de que trato de seleccionarlos, de simplificarlos, de exorcizarlos. Los escucho a todas horas suspendidos en el espacio, en la inmovilidad.

Y algunas veces siento que a hurtadillas cuando no estoy alerta, esas ideas me persiguen a cámara lenta, me atosigan, se toman libertades, aprovechan cualquier rendija como los silencios que hacen los latidos de mi corazón para alistarse voluntarios y poner en marcha los más febriles planes de convencimiento. Para contar cosas banales sobre la realidad, la espantosa cotidianidad.

Otras veces se manejan con el ingenio, se acercan tiernos, sonríen, me seducen, tal vez quieren hechizarme. Esos me gustan porque son pensamientos fantasiosos, hermosos, libres de preocupaciones, sin pasado ni futuro como la reciprocidad del primer amor.

Se presentan como si quisieran contarme un secreto pero después descubro que son un montón de mentiras que esa relación que mantengo con mis ideas se vuelve complicada, esclava de las circunstancias igual que si las maleara el tiempo. Porque también los pensamientos se ven confrontados con la multiplicidad de sus vidas y se enfrentan unos a otros y me dan miedo, me paralizan.

Es entonces cuando anhelo volver a aquellos pensamientos limpios, jubilosos sin la intervención de los humanos, a aquellos pensamientos de la infancia, sobre el mundo maravilloso de las hadas y de las princesas, de las brujas malas que nunca ganaban, de los viajes al fondo del mar y de la nostalgia. Es cuando deseo estar pegados a ellos como una sanguijuela.

Sí, es cuando anhelo volver a tener el sueño de convertir los pensamientos en realidad.

Autor: Rosario Valcárcel

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