Suena el móvil (continuación)

-Ah, sí. Juani la de Schamann -afirmaba con la cabeza.

La situación le excitaba, le llevaba a besarme con más ímpetu mis orejas, el cuello. Llegó a mis pezones, los tocaba, los chupeteaba con la boca, con la mano que tenía libre, con la mirada. Yo contemplaba su cuerpo desnudo, brillante, lleno de lunares. No me atrevía a moverme, a jadear, ni siquiera a ocultarme. Me sentía igual que cuando me hacen una radiografía y me dicen la famosa frase: "No respire". Su lengua quería descubrir los pliegues y repliegues de mi piel. Me estremecía:

-¡Basta, por favor!

No me hacía caso, se volvía y se revolvía, me mordisqueaba. A través del teléfono nos llegaban sus palabras.

-¿Se acuerda de mí? Le oigo entrecortado.

-Déjame pensar. ¿Eres Juani? Sí, tu nombre me suena. ¡Claro, eres Juani! Sí que me acuerdo -asintió sin dudas, con la seguridad de que se jugaba uno de sus más deseados placeres: una buena comisión.

Espectador de nosotras, se entregaba a su juego favorito, se consagraba a las cosas que más le gustaban en la vida: el sexo y el dinero. La mezcla de mi cuerpo desnudo y la voz de la clienta lo aceleraban, le incrementaban el deseo; se convertía en manos, dedos, piel sobre piel. Era un viento huracanado, me arrastraba al frenesí.

-Espera un minuto -le dije. Yo temblaba de placer, tenía tanto frío como si estuviera en el espacio. Su conversación con Juani se hacía interminable.

-Es que quería saber si el piso tiene tres habitaciones ¿se acuerda del que habíamos comentado?

-Sí, claro. Tres habitaciones -le costaba un gran esfuerzo hablar, la respiración era irregular.

-Es el piso de la cuarta planta sin ascensor, el que no tiene garaje.

-Lo sé. No te preocupes, Juani. Te estoy buscando una plaza cerca -quizás en el fondo deseábamos que estuviese también entre las sábanas, participando de nuestro juego.

-¿Por cierto, ya convenciste a tu marido?

-Por mi marido no se inquiete. Eso lo controlo yo.

Nuestras siluetas flotaban en la enorme luna que forraba el espejo del dormitorio, me reflejaba. Yo soy de mediana estatura, bien formada, él se sentía feliz, se agarraba a mis pechos, buscaba protección. Nos gustaba vernos desnudos, nos excitaba, derramaba emociones. Desde pequeña me gustó ponerme delante de un espejo, lo besaba, le hablaba, le sonreía, curioseaba mi intimidad a través de él. Sus hombros anchos se deslizaban con destreza sobre mí, igual que si escalara una montaña. Sólo el móvil en su oreja arruinaba el decorado.

-¿Y tiene parqué en el salón, como hablamos?

-Déjame pensar. El parqué. Sí, el parqué. Por supuesto, Juani. Haré lo imposible por complacerte. Nuestra empresa es muy seria -Eugenio tenía que disimular la risa-. Confía en mí.

-Si tiene parqué, mejor. Nos gusta el parqué.

Mi impaciencia era grande, le hacía señas para que cortase cuanto antes. Me subía un sofoco, un no sé qué. Estaba atrapada. Eugenio cubría con su mano el móvil y me decía:

-Espera un poco, las mujeres quieren enterrarme, hasta creen que soy adivino -lo expresaba con ese tono de confesión suyo, con ese poder de convicción. Ese poder que parecía venirle de los dioses.

Nuestros cuerpos se habían unido, su sexo parecía desprenderse, agitarse musculoso y firme dentro de mí, como un oscilante y vertiginoso columpio. Se deslizaba, atacaba entre contorsiones. Ahora estaba más tranquila, ya no recelaba del móvil. Recibía el placer.

-Entonces ¿cuándo voy a verlo?

-Juani, perdona pero siento decirte que no tengo la agenda a mano -articuló débilmente-. Estoy pendiente de todas las cosas. Me coges en la calle, pero no te preocupes. Te hago una rellamada y fijamos la fecha. En una hora te cuento. ¡No se hable más del asunto!

Por fin se apagaban las conversaciones, recobrábamos la calma. Hambrientos, reemprendimos el amor. Echamos las campanas al vuelo. Los labios que tenía delante dibujaron una encantadora sonrisa.

-Olvidémoslo todo -dijo.

Nos tocamos un poco, nos acurrucamos de nuevo. Lo atrapé fuertemente entre mis muslos, cerré mi vulva, me movía como si estuviese en una noria, sentí su sexo bombeando en mi intimidad. Nos poseímos bañados por el extraño efecto, por el encanto de la llamada.

Eugenio y el móvil eran tan dependientes el uno del otro que -sin saberlo- no podían vivir separados. Descubrimos nuestras íntimas dobleces, nuestros sueños.

De pronto se escuchó una exclamación violenta, una convulsión ruidosa, agitada. Su gárgola manaba con vigor y energía. La alegría no tenía límites.

-¿Se encuentra bien? ¿Le ha pasado algo? ¿Qué ha sido ese grito? -preguntó la clienta, no había cortado.

-No -contestó en tono arrebatado-. No es nada, Juani. Estoy muy excitado, las ventas me hacen sentir como un niño de siete años jugando al monopoly.



(Del libro "El séptimo cielo", Ediciones Anroart, Las Palmas de Gran Canaria, 2007)

Autora: Rosario Valcárcel

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un relato divertido y bien elaborado, que ha tenido mucho éxito en las lecturas públicas, tanto en Madrid como en Canarias. No en vano Rosario Valcárcel es la primera mujer en Canarias que se atreve con el género erótico. Y,por cierto,cuando se pensaba que en España ya no interesaba este tipo de literatura -pues se acabó aquella magnífica colección de La Sonrisa Vertical- leemos que Planeta va a sacar una colección de bolsillo con este género. Por supuesto que en otros países el género tiene muchos lectores. Así que en Canarias, Rosario Valcárcel es la pionera.

Roberto Samper dijo...

Algo de eso que comentas acerca del éxito de las presentaciones de Rosario Valcárcel he oído, quizás podríamos incluír otro de sus relatos en el futuro en un archivo de audio...