"Garcilasos" de la Vega
Hace ya varias semanas, mientras viendo “Saber y Ganar” comprendía que aunque escasas, hay algunas razones para tener un televisor, descubrí que la celebración del 23 de abril como triste fecha de fallecimiento de dos de los mayores genios de la pluma no estaba completa, pues no sólo vieron acabar sus vidas en el año 1616 Cervantes y Shakespeare, sino que ese preciso 23 de abril, también entonó su canto del cisne uno de los primeros escritores en lengua castellana del nuevo mundo: Inca Garcilaso de la Vega 1539 - 1616.
La biografía de este criollo, hijo de un conquistador y de una princesa del antiguo imperio peruano, es un interesante reflejo de la sociedad nobiliaria en el barroco español, incluyendo educación en las artes, conflictos por la posesión de herencias, un paso por el ejército hasta alcanzar el grado de capitán y un final ingreso en la vida religiosa, en donde se imbuiría del conocimiento de la época y realizaría numerosas traducciones.
Sin embargo, como me gusta utilizar los lunes como vehículo para la poesía, dedicaré el espacio de hoy a un personaje de capital importancia en la literatura hispánica que, aunque anterior en el tiempo, comparte nombre con el mencionado peruano. Nacido en Toledo en 1501 y prematuramente muerto en 1536, una intensa vida y un legado eterno acompañan a la figura de Garcilaso de la Vega, uno de los más importantes poetas del renacimiento español.
De entre su obra, plagada de alusiones a otros autores coetáneos y clásicos, marcada por su estancia en Nápoles donde recibió el influjo de los maestros italianos y la intención de utilizar un lenguaje amable, cercano al pueblo y sencillo; yo personalmente preferí siempre uno de sus maravillosos sonetos, aquél sobre el mito de Apolo y Dafne y las reacciones equivocadas e inútiles que tomamos a menudo ante situaciones desesperantes, siendo la peor de ellas la aceptación sumisa y el llanto que no hace más que agravar las complicaciones. Toda una enseñanza sobre el mal de amores la que nos brinda Garcilaso y con la que deseo cerrar esta sección.
A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu'el oro escurecían;
de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aun bullendo 'staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
Garcilaso de la Vega 1501 – 1536
Autor: Roberto Samper
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