San Petersburgo
La primera noche de navegación es buena, nada que recuerde el feroz bamboleo de los correíllos con los que hicimos tantas travesías entre La Palma y Tenerife. El barco no es grande, 877 pasajeros y 350 tripulantes, una verdadera ONU de filipinos, indonesios, latinoamericanos y europeos. En este crucero se come hasta la exageración: desde las 7 que es el primer desayuno, almuerzo, merienda y cena. No paras de ingerir hasta medianoche, cuando sirven más canapés y dulces. En la anterior visita, la ciudad aún se llamaba Leningrado. Incluso sin anuncios de neón y sin tiendas, ya era hermosa. Ahora Rusia tiene un sistema político diferente en el que los más ricos de ahora son los que ocupaban los más altos cargos en el Partido Comunista, y un piso en el centro oscila entre 5000 y 15000 euros el metro cuadrado. Rusia es un país de buena gente pero es un país desgraciado: llegó tarde a la revolución industrial, llegó tarde al derrocamiento del absolutismo, llegó tarde a la democracia, llegó tarde al capitalismo. Y ahora Moscú y la ciudad de los zares se convierten en dos de las capitales con la vivienda más cara del mundo. El río Neva y las cúpulas de cebolla con pan de oro no relumbran al sol porque está nublado, llueve y hace fresco. Avistamos docenas de bodas con limusinas, el Aurora desde donde los bolcheviques lanzaron el cañonazo de la revolución de 1917, las recientes tumbas de los últimos zares, cuyos huesos fueron a rescatar hace pocos años a los Urales y después de hacerles las pruebas de ADN enterraron con todos los honores. Naturalmente, la estrella de la ciudad es el museo que alberga el Palacio de Invierno, el hermoso Hermitage con sus muebles, arañas y pinturas, sus tapices y sus dorados. El museo asediado por una multitud de visitantes, da la impresión de que hay un absoluto descontrol, pocos vigilantes, escasa seguridad. Los salones por donde se paseaban los últimos zares y las zarinas con el omnipotente Rasputín, los canales y los ríos, las cascadas de los jardines del palacio de Peterhorf vienen a demostrarnos que ésta es una de las ciudades más bonitas del continente.
Palacios y catedrales que durante el comunismo fueron convertidas en museos de relojes y en gimnasios, puentes levadizos, la perspectiva Nevsky, los iconos, las matriushkas. Los vendedores callejeros te recitan como saludo la alineación completa de la selección española de fútbol y te felicitan como campeones. Un viaje en barco otorga la comodidad de no tener que mover las maletas. Un viaje en barco es dinámico y también tranquilo. Pero de pronto suenan las alarmas y nos convocan para un simulacro de salvamento, un ejercicio obligatorio en todos los cruceros que sirve para que la gente se ponga el chaleco salvavidas y aproveche para hacer fotos y filmar a todo trapo. El mar, que es nuestro padre, nos deja navegar con calma hacia Tallin, capital de Estonia. Cada noche dormirás en un puerto distinto, amanecerás en una ciudad diferente.
Autor: Luis León Barreto
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