Tallin, Estonia
Estas ciudades nórdicas son apacibles y acogedoras. Huele a verano, un verano suave de árboles renacidos en parques lluviosos, con temperaturas que raramente pasan de 20 grados. Tallin, en Estonia, es una pequeña joya medieval, con su muralla, su castillo, su plaza mayor con el animado mercadillo para los turistas, su farmacia del siglo XV que pasa por ser una de las más antiguas de Europa. Y su auditorio donde la gente del país celebra sus recientes triunfos en Eurovisión. Desde el puerto nos adentramos en la ciudad vieja con sus tiendas y sus animadas terrazas, subimos hacia la colina de la catedral donde se establecieron los obispos y la Orden Teutónica, la ciudad vieja que progresó gracias al comercio de la sal y el puerto. Patrimonio de la Humanidad por sus torres puntiagudas y sus rincones de 700 años primorosamente conservados, los finlandeses se suben a los barcos rápidos que vienen desde Helsinki para comprar alcohol, mucho más barato aquí.
En estos tiempos ya no se viaja como antes. Hasta hace unas pocas décadas cruzar los países era cosa de millonarios ingleses, aquello del Oriente Exprés y las escenas aristocráticas que nos ofrece el cine, mientras que ahora todo se ha socializado. Los españoles, que viajábamos poco porque con la peseta no podías ir a muchos sitios, invadimos ahora muchos lugares a pesar de la crisis económica. La gente se aprieta el cinturón donde haga falta pero ya no está muy dispuesta a renunciar a unas vacaciones. Cierto que se viaja con prisa, el que pretende verlo todo en una semana no es un viajero sino un corredor de caminos. Tengo alguna asignatura pendiente: nunca hice el peregrinaje de tres meses a la India, y tampoco me apetece ya demasiado hurgar en las miserias de nuestra especie. Ahora, como muchos, hago viajes cortos e intensos. Pero aún con los inconvenientes de tal práctica, la democratización permite que en verano haya millones de personas moviéndose de un lado para otro. Ahora el turismo es la gran industria global. Hablando de prisa, lo que más sorprende de las repúblicas ex soviéticas del Báltico es la rapidez con que se han quitado de encima todo lo ruso. Las ciudades ya no son grises y la uniformidad no manda en parte alguna; ahora hay menos soldados en las calles y más bancos, tiendas de Zara, centros comerciales, cafeterías agradables, supermercados bien surtidos, viviendas de lujo, chalets en las afueras, multitud de anuncios de neón. Por las calles de sus ciudades circulan coches alemanes de gran potencia, el nivel de vida ha subido como la espuma en lugares impecables, limpios, saneados, donde tras el ingreso en la Unión Europea el nivel de vida se ha disparado. La ciudad, bombardeada a conciencia en la última etapa de la II Guerra Mundial, ha sido reconstruida con el mismo tesón y el mismo rigor con que fue reconstruida Varsovia. Cae la tarde: un delicado velo violeta, cuando salimos hacia Estocolmo.
Autor: Luis León Barreto
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