Narciso y Eco

La historia de Narciso y Eco es uno de los más claros ejemplos de las desventuras que, en el ámbito amoroso, tienen lugar en la Mitología Clásica. Antes de narrar dicha historia, no obstante, es importante desvelar algunos de los antecedentes de ambos personajes, de modo que estén claros todos los preceptos.

Narciso fue hijo de uno de los dioses ríos, concretamente de Cefiso, y una de las ninfas, de nombre Liriope. Su madre, conocedora del poder del sabio Tiresias, preguntó a éste sobre la longevidad de su retoño. Como solía ser habitual, la respuesta del adivino, fue enigmática: afirmando que llegaría a la senectud, "si a sí no se conociera".

Las habilidades para el vaticinio le vienen al sabio Tiresias según Ovidio tras ejercer de juez entre Zeus y Hera, poniéndose de parte del soberano, recibiendo como castigo por parte de ella la ceguera y como premio por parte de él la capacidad para adivinar el futuro. Según otras tradiciones se debe a que observó por casualidad a Atenea mientras ésta se bañaba, recibiendo el castigo de la diosa de ojos de lechuza de perder la visión en lo venidero, pero la compensación de ver más allá de lo sensorial. Este personaje, Tiresias, es de gran importancia en la mitología, participando además de en este mito, en la tragedia de Sófocles, "Edipo Rey" y en la "Odisea" de Homero.

Eco era una ninfa que acostumbraba a encubrir a Zeus mientras este copulaba con otras ninfas, distrayendo Eco a Hera por medio de conversaciones insulsas. El castigo de Hera, la de los níveos brazos, fue condenarla a perder la capacidad oratoria y verse obligada a simplemente repetir las últimas palabras que escuchase.

Pero no sería conocido por nosotros Narciso de no ser por el hecho de que poseía una belleza como pocas veces ha sido vista. Todo el que le contemplaba sentía inevitablemente atracción hacia él. No obstante quiso Cupido que jamás él considerase corresponder a nadie, rechazando una tras otra a cuantas ninfas requerían su atención. De ese modo vivió desdeñando amores hasta que un día se encontró con Eco, o más bien ella se encontró con él, pues Narciso no la vio hasta el último momento, y fue por eso por lo que, guiado por la curiosidad, el hijo de Cefiso, la buscó desesperadamente por el bosque. La llamaba a gritos, y su propia voz devuelta por Eco ejercía de señuelo para que él quisiese encontrarla, corrió durante largo tiempo por el bosque hasta que halló a la ninfa, y al verla, todo el hechizo que su voz había despertado se esfumó al instante. Así, como tantas otras antes, Eco fue despreciada y Narciso quiso continuar su camino en solitario.

Pero la desdichada Eco no pretendía darse por vencida de un modo tan sencillo, por lo que juró que acompañaría allá donde fuese a Narciso, observando sus movimientos a cada momento. De esa manera pudo ser testigo del nacimiento de una bella flor y la muerte de un muchacho de rasgos divinos.

Tuvo lugar cuando, agotado por un fuerte ejercicio, Narciso se acercó a calmar su sed a un manantial cercano. "Tendría una longeva existencia si a sí no se conociera" las palabras de Tiresias cobrarían sentido súbitamente cuando Narciso acercó su bello rostro a las cristalinas aguas del manantial.

Maravillado por la belleza que tenía ante sí, Narciso intentó besar esa imagen. De nada sirvió el hecho de darse cuenta de que no era más que su reflejo, pues la atracción que sintió por él fue tal, que la razón no tenía ninguna potestad sobre sus actos. Durante un largo tiempo Narciso observó su imagen y se cubrió a si mismo de piropos, y casi sin darse cuenta decidió despojarse de sus ropas para contemplarse en toda su magnitud. Viendo su desnudo pecho no pudo contener más la atracción que por sí mismo sentía y decidió precipitarse al agua y de ese modo dar fin a su existencia.

Todo esto lo pudo ver Eco, que a pesar del dolor que sentía por haber sido despechada, se lamentó profundamente de la muerte del muchacho. Así, para glorificar el nombre de aquel al que había amado, decidió hacerle ella misma la pira funeraria, pero para cuando todo estuvo preparado vio que su esfuerzo había sido vano, pues donde yacía el cuerpo de su amado, se encontraba ahora la más bella de las flores, el narciso, fútil tributo de los dioses a la belleza de aquél que jamás pudo conocer más amor que el que se profesaba a sí mismo.

Desairada por la pena de no haber podido tener nunca a su amado, Eco se fue consumiendo poco a poco, hasta no quedar de ella nada de su aspecto físico, reduciéndose su existencia a la simple repetición de todo cuanto oye, pues ni a las puertas de la muerte puede huir nadie de los castigos de los dioses.


Autor: Roberto Samper

Para aquellos que quieran leer la versión original de “Las Metamorfosis” de Ovidio, se encuentra traducida al castellano en este link del Instituto Cervantes, a partir del verso 339.

Las Imágenes incluídas son, por orden:
1) Narciso y Eco de Nicolás Poussin
2) Narciso y Cupido de Nicolás Poussin
3) Narciso de Caravaggio
4) Narciso y Cupido de Brulloff
5) Narciso de Daumier

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