Rafael Nebot, D.E.P.

Muchos son los amigos que han ido cayendo en la cincuentena e incluso antes. La muerte de gente a la que aprecias te va dejando una sensación de orfandad, de desorientación. La vida es una errancia breve, fugaz, y su final te marca las inevitables preguntas sobre la materia, el más allá. Si tan sólo somos una mezcla de elementos químicos, átomos, electrones, etc. ¿dónde radica nuestra alma presuntamente inmortal? La mayor parte de estos amigos desaparecieron tras ataques cardiacos repentinos, producto de ciertos excesos personales que sin duda dejaron su huella hasta que llegó el clarinazo final. Mi generación quiso vivir deprisa algunas carencias que en el franquismo eran difíciles de superar, y a partir de los ochenta una parte de nosotros se lanzó a vivir a fondo. Al contrario, Rafael Nebot tuvo una despedida lenta, dolorosa. Llevó la música clásica a Lanzarote, a La Palma, se empeñó en que las islas periféricas también tuvieran su pequeña dosis de maná. Todavía recuerdo, en mi etapa de subdirector de La Provincia, aquellos años en que él venía disparado desde el Teatro Pérez Galdós recién terminado el concierto o la ópera a las once y pico de la noche, dispuesto a escribir en caliente la crítica que saldría a la luz pocas horas después. Eran tiempos en que los periodistas vivíamos mucho la calle, y todo había que hacerlo al pie del cañón, con diligencia y rapidez. Rafael era un hombre con mucha formación, defendía aquello en lo que creía y poseía una energía subterránea con la cual peleaba por sus proyectos. No fue por tanto extraño que sacara adelante el festival de música de estas islas, luchando contra innumerables zancadillas, ninguneos, rumores interesados, pleitos insulares, compadreos, políticos ignorantes y un largo etcétera. Una pelea fatigosa que sin embargo le dejó energías para luchar contra el mal, ese padecimiento que le hacía depender de un respirador. Nebot acabó siendo un héroe clásico que –aún sabiendo perdida la batalla- jamás dejó de luchar. Por eso acabó siendo admirado por tirios y troyanos, respetado por casi todos en esta tierra caníbal que es el archipiélago, siempre dispuesta a devorar a sus mejores hijos puesto que nadie puede sobresalir de la mediocridad general.

Perdido en Fuerteventura sin móvil, internet ni periódicos, tardé días en conocer la noticia. La vida, ese tránsito tan fugaz e ilusorio, iguala en su final al poderoso y al mendigo, al ilustrado y al ignorante. Mueren los reyes, los papas, los bufones de palacio y los genios que han ganado el premio Nobel. El vendaval del tiempo desmorona las máscaras que exhibimos en la pasarela. Ahora el dilema consiste en saber cómo y quién va a continuar la huella de Nebot, y si vamos a ser capaces de mantener su legado. Nebot creía en Canarias como totalidad, y eso no todos lo perdonan. Pero los humanos perviven mientras alguien los recuerde, y a este hombre lo recordaremos largo tiempo.

Autor: Luis León Barreto

1 comentario:

Queen Galadriel dijo...

Con su muerte la cultura canaria, ha perdido, muy temprano, a uno de sus más importantes impulsores. El Festival de Música de Canarias ha sido uno de los más grandes aciertos de los últimos años, y se lo debemos a él, que hasta los últimos tiempos llenó con su sonrisa el Teatro Pérez Galdós. Grande Nebot!